ROBERT FRANCIS PREVOST... “EL PADRE ROBERT” LLEGÓ DESDE CHICAGO... Y SE QUEDÓ EN CHICLAYO...
Por Administrador
Publicado en 09/05/2025 10:01
NOVEDADES

Robert Francis Prevost no nació en el Perú. No hablaba como un peruano. No conocía sus calles, ni sus costumbres, ni su historia. Pero cuando llegó, algo en su interior le dijo que esta tierra le cambiaría la vida.

Robert Prevost vino desde Chicago, joven, sencillo y con el corazón lleno de fe. No traía lujos ni pretensiones. Solo una maleta, una Biblia… y muchas ganas de servir.

Fue en Chiclayo, en el norte del Perú, donde empezó a escribir su verdadera historia. Allí lo esperaban barrios humildes, rostros cansados, iglesias sencillas y una fe que resistía la pobreza y el olvido. Y allí decidió quedarse.

Aprendió el idioma con amor. Caminó por calles polvorientas, celebró misas bajo techos de calamina, y compartió el pan con quienes no siempre tenían comida, pero sí una sonrisa. No fue un misionero distante ni un sacerdote extranjero. Fue, simplemente, el padre Robert.

Chiclayo no lo miró como forastero. Lo abrazó como a un hijo. Y él respondió con entrega total.

Con el tiempo, fue nombrado obispo, y luego arzobispo. Pero su alma seguía siendo la de un servidor. Humilde. Cercano. Firme en su fe, pero siempre dispuesto a escuchar antes de hablar.

Hasta que, años después, el Papa Francisco lo llamó desde Roma. Le confió una misión inmensa: ayudar a elegir a los obispos que guiarán a la Iglesia del mundo. Y Robert, fiel a su vocación de servicio, dijo una vez más: sí.

Como cardenal, caminó por los pasillos del Vaticano. Pero su corazón siguió en Chiclayo. En las misas al aire libre. En los niños que le decían “padre”. En las cocinas donde compartió sopa y esperanza. Y cuando le preguntan de dónde es, responde sin dudar:

—Soy peruano. Porque uno no es de donde nace… sino de donde entrega el alma.

La historia de Robert Prevost es un testimonio silencioso de que no se necesita haber nacido en una tierra para pertenecerle. Él no conquistó un país. Se dejó conquistar por su gente. No vino a imponer, vino a escuchar. Y eso fue lo que lo convirtió en uno de nosotros.

Porque la verdadera grandeza no está en los cargos que uno alcanza, sino en el amor que deja al pasar.

Y Robert dejó algo más profundo que palabras: dejó huellas.

Hoy, el Perú y America latina lo reconoce como suyo. Porque quien ama de verdad una tierra… termina sembrándose en ella para siempre... y hoy, es el nuevo PAPA con corazón peruano...

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