TÍTERE…
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Publicado en 02/03/2025

Justin volteó la mirada atraído por un sentimiento inexplicable, pareciera que alguien lo observaba avanzando muy cerca de él, sentía los ojos de alguien como si él fuere un objetivo a quien alcanzar. En ese instante se percató que, a un lado de la calle, tirado en el suelo como si estuviera echado, con la cabeza inamovible, y ese cuerpo desproporcionado totalmente inerte yacía un títere.

A un lado de él, su titiritero sentado en un cajón, muy cerca, un pequeño parlante del cual apenas se oían las melodías de un mambo.

El titiritero, parsimonioso se colocó de cuclillas acercando una de sus manos al parlante para subir el volumen de este, y con la otra tomó una cruceta de madera desde donde se desprendían unos hilos de nylon, lentamente fue poniéndose de pie, y junto a él lo hacía también el títere, poco a poco aquel cuerpo inerte fue alcanzado por un soplo de vida.

Las afueras de la Iglesia Nuestra Señora de la Merced se había convertido en el escenario adecuado para el títere, sus movimientos cada vez se hicieron constantes y continuos, se observaba el movimiento de boca, brazos y piernas. De pronto, un gran número de personas habían formado una media luna observando al muñeco, solo faltaba como parte del público el sacerdote de la iglesia. Intempestivamente los decibeles del sonido del parlante se hicieron mayúsculos pudiendo escucharse:

— ¡uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho!, ¡MAAAAAAMBO! —

Era la música de Dámaso Pérez Prado, la melodía de las trompetas, saxos, timbales y tumbas invadieron la esquina del jirón de la unión.

Aquel soplido de vida, que no era de Dios, ni de la naturaleza, sino de las manos del titiritero habían convertido al muñeco en un experto bailarín de mambo, pasito adelante, pasito hacia atrás, movimiento de hombros, brazos arriba, movimiento de cintura y cadera, su compás era propio de un bailador profesional, se lo podía ver levantando las manos, y hasta mover los dedos. ¡Ah! de momentos su paso se hacía lento pareciendo querer descansar, pero el titiritero lo llevaba a seguir el ritmo del bolero. Fueron casi diez minutos de ritmo inagotables, de contorneos inigualables que fueron apagándose de a pocos cual vela que se derrite en su totalidad. La música acabó, el títere dio las gracias, inclinando el torso hacia adelante ante un público quien no se cansaba de aplaudir, vitorear y dar chiflidos de reconocimiento.

El soplo de vida había llegado a su fin, el muñeco volvió a ser inerte, tirado nuevamente en el suelo con la cabeza hacia un lado y una mirada fija al vacío, el titiritero enmadejó los hilos de nylon en la cruceta de madera, luego dobló en cuatro al títere, para guardarlo en su cajón para luego cerrarlo. El show había terminado, también los pequeños minutos de vida del muñeco. El titiritero, erguido y orgulloso por los reconocimientos del público, estiró la mano caminando en la media luna de público, no hubo quien se negara a meter las manos a sus bolsillos para sacar algunas monedas, también hubo de aquellos quienes sacaron la billetera para reconocer el arte con un billete. Cuando ya había terminado de recibir monedas y billetes de toda denominación él titiritero se detiene al centro del público y dice:

—¡RECUERDEN, EL HACE LO QUE MIS MANOS INDIQUEN QUE HAGA! —

Estas últimas palabras dejaron pensando a Justin, sobre aquellos quienes no siendo seres inertes se han convertido en títeres, personajes que viven regidos bajo la frase “el fin justifica los medios”. Esos individuos que se excusan en una remuneración para justificar su nula dignidad, tipos que han perdido la vergüenza a cambio de dádivas. Seres tal vez salidos de algún inframundo sembradores del mal, alimentados de egoísmo, individualistas y enfermizamente materialistas. Hambrientos de poder, semejantes a una bestia a quien se le chorrea las salivas para tragarse un bocado. Los hay disfrazados de ministros, congresistas, gobernadores y alcaldes; de consejeros, regidores y trabajadores públicos. También los hay de esos quienes se autodenominan “comunicadores sociales”, seres híbridos, quienes son títeres, pero con la capacidad de convertirse en “titiriteros chantajistas”, como si dijeran: “yo también bailo mambo, pero ¿Cómo es?”.

Nuestra sociedad está plagada, inundada, invadida de estos especímenes, cual plaga maligna recogida de las sagradas escrituras cristianas, llevadoras de subdesarrollo y destrucción. Estos seres quienes, teniendo la facultad de discernir entre lo bueno y lo malo, se dejan llevar por el sendero errado, en donde la satisfacción de sus placeres los limita a esa capacidad para confundir al resto intentando hacer creer que lo corrupto es integro. (Febrero 2025)

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