EL BANDERILLERO… Por: Felipe Huamán Gutiérrez
Opinión
Publicado en 09/12/2024

EL BANDERILLERO… Por: Felipe Huamán Gutiérrez

Gran parte de mi vida los pasé en las chacras y terrenos de cultivo de Cañete, en especial de Imperial; siempre acompañaba a mi madre, ella era campesina. Siempre veía las actividades agrícolas que realizaban los campesinos, que fue para mi una gran lección, que nunca olvido. Algunas veces, desde lejos observaba, como los aviones iban y venían sobre los algodonales esparciendo un líquido blanco, lo notaba que era así, porque caía sobre nuestras ropas y dejaban puntos blanquecinos. Una mañana falló un “banderas”; me pasaron la voz para ir. Nunca había hecho ese trabajo, no sabía que iba hacer. Muy amables algunos jóvenes me enseñaron, yo hábil, rápido aprendí la lección. En mi primer día de trabajo, madrugué; en un costalito llevaba un polvo blanco que me había dado el jefe, al parecer tiza molida, y con eso me fui por la parte alta de la chacra marcando cada cierto tramo de cantidad de rayas de algodón. Apúrese me dijeron que ya viene el avión. Una vez terminado, me ubique en la primera marca, esperando el avión. Al final de la chacra de algodones, también había otro compañero ubicado en la misma dirección que yo, y que previamente habíamos coordinado. Hasta que apareció el avión dio unas vueltas en el aire sobre el terreno y nosotros bandereando en nuestra posición, hasta que el piloto ubicó nuestras banderas y se orientó en la dirección correcta para fumigar. Una vez orientado, el avión se inclina y se dirige en mi dirección en picada, asustado seguía bandereando, estando cerca, el avión suelta el chorro del veneno, entonces yo, conteniendo la respiración, bajo la bandera y corro hacia la próxima marca para seguir bandereando al retorno del avión. El avión sobrevolando los algodonales se dirige fumigando en dirección al otro extremo donde está mi compañero, quien sigue bandereando, guiando al piloto con los movimientos característicos de su bandera. Así continuo fumigando el avión, hasta que se acabó el líquido veneno, entonces se retiró para cargar más en al campo de aterrizaje ubicado en chacras de otra hacienda; entonces, para nosotros eran momentos para descansar; luego de algunos minutos el avión volvió y nosotros a continuar bandereando. Algunas veces terminamos una chacra y teníamos que ir a otra chacra de algodones distante 300 o 500 metros para banderear, entonces teníamos que ir corriendo, porque el avión no podía esperar. Era la vida de los jóvenes banderilleros de los años 50, 60, cuando Cañete producía fardos de quintales y toneladas de fibra de algodón.

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