DEJALO EN MIS MANOS....
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Publicado en 31/01/2023
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Las melodías de un vals peruano invadían el ambiente del centro de la plaza de la ciudad, una veintena de personas sentadas alrededor de lo que en algún momento fue una pileta observan el espectáculo, otros de pie, aplauden al compás de la música. La pileta años atrás era muy visitada durante las noches, sus atractivas luces multicolores, sus chorros de agua disparadas hacia lo más alto seguidos de imponentes brillos de luz, ahora, son solo recuerdos en la memoria de los ciudadanos más adultos. El marco musical conformado por un personaje de tez morena a cargo del cajón, un guitarrista de camisa floreada bastante rimbombante, y la cantante, una rubia de larga cabellera y de voz fina, su largo vestido era cómplice del viento que flameaba como bandera en lo más alto del mástil; ella levantaba la mirada dirigiéndola hacia Calixto Yáñez, los saludos y halagos eran constantes, él muy cortésmente se acercaba a cada ciudadano estrechándole la mano e incluso abrazando a cuanta persona pueda; a su lado Julio Villafuerte, en ningún se alejaba de Calixto, siempre atento a sus conversaciones de cuando en cuando le hablaba al oído indicándole como responder.
Julio Villafuerte había llegado de la ciudad de Lima, egresado de una universidad del norte del Perú se desempeñó durante buen tiempo como asesor de gobiernos locales de la capital y se decía un profesional de experiencia en asuntos gubernamentales; sus ojos vivaces eran capaces de expresar más de lo que pudiera decir en palabras; quienes caminaba con él, sabían entender su abrir, cerrar y movimiento de ojos, bastaba una mirada para indicar una orden. Un par de décadas atrás encalló por estos lares, laboró con un sinnúmero de gobernantes de la provincia haciéndose conocido por la frase “déjalo en mis manos”, nueve meses después del evento ocurrido en la plaza de la ciudad, Calixto Yañez se hizo gobernante de su localidad y llevó consigo a Julio Villafuerte como funcionario de confianza; pasada la ceremonia de juramentación ambos caminaron juntos hacia el despacho asignado al gobernador, Villafuerte abrió la puerta y dijo:
— pase usted mi señor gobernador, ocupe su lugar por favor — cogiéndolo del brazo lo dirigió hacia el sillón ubicado tras el escritorio de madera diseñado de aspecto colonial.
Calixto Yañez era nuevo en asuntos estatales, médico de profesión, muy querido por la ciudadanía por sus atenciones gratuitas a las personas de condiciones económicas humildes; de barriga prominente, era común observarlo con un pañuelo de color oscuro en las manos que le servía para secarse el sudor del rostro y echarse aire cuando el calor le aquejaba exageradamente, sus camisas guayaberas lo hacían peculiar, sus pantalones anchos y zapatos brillantes de charol negro, de los que se ufanaba eran confeccionados a mano exclusivamente para él en la capital
— jala un poco más adelante este escritorio — dijo Calixto Yañez, su amplia barriga le impedía sentarse en el sillón de madera también de estilo colonial; presuroso Julio Villafuerte se acercó hacia la puerta pidiendo al personal de seguridad ingresar para mover el escritorio y brindar la comodidad que el gobernador merecía
— ¿listo mi Señor Gobernador? — preguntó Villafuerte
Este, sacó su pañuelo de uno de los bolsillos de su camisa guayabera secándose el sudor de la frente y manifestando que era necesario bajar unos kilos de peso para mejorar su salud, ya los calores eran constantes y excesivos siendo esto una muestra segura de problemas de presión sanguínea
— si no bajo de peso, cualquier día de estos me da un infarto y aquí quedo — manifestó el gobernador Calixto Yañez
Frente a él, en otra silla, se sentó Villafuerte, miró fijamente al nuevo gobernador pidiendo se deje de preocupar, a partir de hoy se acabaron las preocupaciones, seres divinos los habían juntado para trabajar juntos y de ahora en adelante tenía que confiar “dejando todo en sus manos”, le pedía mirarse a futuro, todo lo que se podía lograr unos años más adelante; si tenía algún sueño por cumplir era el momento de hacerlo realidad
— es tu momento Doctorcito — dijo Villafuerte poniéndose de pie caminó lentamente hacia las ventanas del despacho abriéndolas de par en par, la visión de la plaza de la ciudad era total, seguro en cada frase expresaba cuanto se podía hacer ahora que eran dueños del poder; parado al filo de la ventana observando el horizonte aconsejaba a Julio Villafuerte los pasos a seguir a partir de ese momento, sin mirarlo le decía que hacer para convencer al consejo y actúen como súbditos de sus decisiones
— estos son manejables doctorcito — replicó Villafuerte, hacía alarde a su experiencia y sus logros con otros gobernantes; recurrentemente expresaba la frase “déjalo en mis manos”, pedía ser mirado con confianza y seguridad; iba narrando y ufanándose de sus manejos con proveedores y las buenas colaboraciones logradas para sus antiguos jefes; nombraba una lista de empresas, indicando que todas ellas se portaban muy bien y sus colaboraciones para la gestión eran muy considerables, y la única forma de obtener logros era “dejando todo en sus manos”, iba hablando e iba transformándose, su voz era diferente, sus poses eran distintas, su elocuencia era envidiable; su muestra de poder lo hacía cercano a algún Dios mitológico de la Grecia antigua, se sentía como un Dios del Olimpo, capaz de lograrlo todo
— ¿qué quisieras doctorcito?, pide y lo tendrás — dijo Villafuerte — ¿quieres una clínica en la capital? ¿Eso es lo que quisieras? — continúo diciendo — déjalo en mis manos, y lograrás lo que quieras — terminó diciendo.
Calixto Yañez, se retiró los lentes, saco nuevamente el pañuelo del bolsillo de su camisa guayabera y se secó el sudor de la frente y el rostro, tenía los ojos exageradamente abiertos, totalmente sorprendido por las ofertas de Julio Villafuerte, incapaz de hablar empezó a airearse con la ayuda de su pañuelo intentando aplacar sus calores; Villafuerte voltea y le pide calma, continuó haciéndole conocer todos sus logros; la gratitud mostrada por otros gobernantes con quienes les había tocado trabajar, le decía la eficiencia en su trabajo, lo que pedían le conseguía, en el momento de la necesidad es donde cumplía su deber manifestando una frase muy discutida “el fin, justifica los medios”, no interesa como cubro la necesidad, es mi obligación cubrirla haciendo mención nuevamente a los proveedores que son siempre agradecidos.
— si tienes alguna necesidad, para eso estoy yo, yo la soluciono — indicaba Villafuerte, Calixto Yañez sin salir de su sorpresa y sin aún haber iniciado labores le agradecía por ser su apoyo, y que a partir de ese momento le otorgaba la confianza absoluta para tomar las decisiones
— no te vas arrepentir doctorcito — dijo Villafuerte — déjalo todo en mis manos — replicó caminando hacia la puerta y retirándose.
La sociedad está plagada de especialistas en gestión pública, personajes enmascarados y sabedores de cómo sacarle la vuelta a la norma, artistas de la corrupción, seres camaleónicos y al mismo estilo del Rey Midas, aquel que convertía en oro todo lo que tocaba, estos individuos, todo aquel a quien se acercan lo corrompen con ofrecimientos magnificentes; esa es nuestra realidad en todos los niveles de gobierno, enfermo en toda su dimensión, donde la totalidad está convertida en negociable, donde las normas están direccionadas para un pequeño grupo quienes al mismo estilo de un gobierno pasado es necesario aceitar bien para obtener beneficios, ese es nuestro estado, esos son nuestros gobernantes, esas son nuestras normas sobreprotectoras, aún tenemos un largo camino por recorrer y visorar un cambio que nos encamine al progreso y desarrollo.